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Cuando falta menos de una década para alcanzar el plazo previsto, el objetivo fijado por la ONU de erradicar el hambre en el mundo para el año 2030 parece cada vez más lejos de cumplirse. El informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, elaborado por organizaciones internacionales como la FAO, UNICEF y el Banco Mundial ya detectó que la desnutrición iba en aumento antes del estallido de la pandemia. Tras la enorme crisis sanitaria provocada por el coronavirus, la situación no ha hecho más que empeorar, como demuestran ahora los datos del índice global del hambre.
En concreto, la última actualización del este índice identifica hasta 47 países que sufren en la actualidad una situación de hambruna seria, alarmante o extrema, la mayoría de ellos ubicados en África subsahariana y Asia meridional, y no invita al optimismo sobre una posible mejora en el futuro más inmediato.
Más bien al contrario: el conflicto y la violencia, fuertemente ligados a la escasez de alimentos, no muestran signos de retroceso; el impacto del cambio climático es cada vez más notable y costoso, al tiempo que el mundo es incapaz de articular una respuesta global y contundente que permita mitigarlo y mucho menos revertirlo; y la covid-19 ha dejado en evidencia la interdependencia del sistema internacional actual y la exposición a problemas repentinos con consecuencias sanitarias y económicas a nivel mundial.
De acuerdo con el Índice Global del Hambre de 2021, Somalia, sumida en tres décadas de conflicto y que en los últimos años ha tenido que hacer frente a grandes sequías, inundaciones, plagas de langostas y más recientemente la pandemia, es el único país que sufre una situación extrema. Un escalón por debajo, pero también con indicadores alarmantes, se sitúan los casos de República Centroafricana, Chad, República Democrática del Congo, Madagascar, Yemen, Burundi, Comoras, Sudán del Sur y Siria. Además, otros seis países se encuentran en una situación de hambre seria en otros 37 países.
En cuanto a su metodología, los autores de este indicador—la ONG alemana Deutsche Welthungerhilfe e.V. y la irlandesa Concern Worldwide— tienen en cuenta cuatro componentes relacionados con la salud y la alimentación: el porcentaje de la población con una ingesta calórica insuficiente, la proporción de niños menores de cinco años que tienen bajo peso para su altura —emaciación—, la de aquellos que tienen poca estatura para su edad —retraso del crecimiento— y la mortalidad infantil. Basado en los resultados de los cuatro indicadores, el estudio asigna un valor dentro de una escala de cero a cien a cada país.
Es importante señalar que, aunque el Índice Global del Hambre excluye a la mayoría de naciones de altos ingresos, donde la prevalencia del hambre es muy baja, ninguna región del mundo se libra de este problema. En algunos segmentos de las poblaciones ricas la falta de alimentos es también una cuestión preocupante, pero paradójicamente en estos lugares los datos sobre emaciación y retraso del crecimiento no son recogidos regularmente. Por si fuera poco, la mortalidad infantil tampoco refleja el hambre que puede sufrir parte de la ciudadanía de la misma forma que lo hace en países de ingresos bajos o medianos, donde la relación es mucho más directa.
Fuente el ordenmundial
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