A la derecha la solidaridad y la organización
popular le produce urticaria; a pocas cosas le tiene tanto miedo como a que la
gente piense, imagine, se organice, conquiste espacios comunes y de
solidaridad. Toda su estructura económica, política y social se basa en
fomentar el individualismo y la competencia de todos contra todos. Para paliar
la mala conciencia o para “luchar” (es un decir) contra las situaciones más
terribles fomentan la caridad que tratan de hacer pasar como aquello a lo que
la gente debe aspirar si quiere mejorar su situación. El neoliberalismo
pretende que la gente se olvide de que tiene derechos. La ofensiva ideológica
camina en este sentido, no se tiene derecho a nada, cada uno que se arregle
como pueda y, con suerte, que espere que le caiga una limosna.
El programa de
televisión “Entre todos” que se estrenó hace un par de semanas en la 1 es una
muestra repugnante de la sociedad a la que la derecha pretende que nos
acostumbremos. Heredero del “ponga un pobre a su mesa en Navidad”, el programa
presenta a personas desesperadas que harían cualquier cosa por paliar sus
necesidades más básicas, llorar o reír cuando hace falta o lo pida el
realizador, agradecer efusivamente cuando toque, esforzarse por conmover al público,
que si no no hay premio y, sobre todo, utilizar un lenguaje que no tenga nada
que ver con los derechos ni con la reivindicación. Usar un lenguaje
anti-político, exclusivamente sentimental. Lo más importante es no enfadarse,
lamentarse sí, pero nunca enfadarse. Personas que necesitan una silla de
ruedas para vivir o un tratamiento especial para su hijo, algo a lo que hasta
ayer mismo tenían derecho, algo por lo que no tenían que someterse a la
compasión ajena, ni esperar que les tocara la lotería de un programa de
televisión en el que humillarse; algo para lo que no hacía falta que fueran
simpáticos o capaces de despertar los buenos sentimientos de los televidentes,
tienen ahora que “vender” su desgracia a ver si hay suerte y alguien les paga
algo. Si no te esfuerzas y no despiertas la suficiente compasión, la suficiente
simpatía, te quedas sin silla de ruedas, tu hijo se queda ciego. Es lo que hay.
Y las ONG de la caridad se prestan gustosas y patrocinan este engendro inmoral
en el que todo el mundo llora.
También lloran algunos rectores al ver que muchos
de sus estudiantes, los que no tienen dinero para pagar las nuevas tasas, no
pueden seguir estudiando. Y una rectora se ha inventado ahora lo de “apadrine a
un estudiante sin dinero” Si la cosa se extiende, y es muy posible que se
extienda, pronto los propios estudiantes tendrán que buscar la manera de que un
rico les patrocine una carrera. Veremos a gente pidiendo un patrocinio o una
ayuda para poder operarse o para recibir quimioterapia. Naturalmente que no
tengo nada contra estas personas que hacen lo que pueden en situaciones muy
difíciles pero me gustaría que ni ellos ni nadie olvidara que también hasta
ayer mismo estudiar era un derecho que no dependía del dinero que tuviera tu
familia. Un derecho de los más peligrosos, por cierto, para este régimen que
padecemos. La educación universal es siempre algo potencialmente peligroso para
los que pretenden imponer una sociedad intelectualmente mediocre en la que
poder ganar elecciones eternamente. Sólo una sociedad inculta y mal informada
puede tolerar mucho tiempo a unos gobernantes como los que tenemos cuya
mediocridad intelectual, moral y política es tan evidente ya para todo el
mundo.
La organización popular es su enemigo. Bolsas de
comida entregadas por las organizaciones de caridad –mejor si son
religiosas- sí, pero vecinos que se organizan para repartir la comida que
tienen entre todos y todas, gente que es capaz de articular soluciones
imaginativas para paliar necesidades y que de esta manera se hacen conscientes
y ayudan a concienciar a otras personas de que lo que sucede no es mala suerte
ni una jugarreta del destino, sino una injusticia; es decir, gente que piensa,
que se organiza, que actúa, entonces no, entonces se encienden las
alarmas. De ahí que una mesa plegable con unos libros de texto usados y
con unos cuantos bolígrafos y gomas haya despertado el interés del concejal del
Partido Popular de un barrio de Madrid, que se ha apresurado a enviar a la
policía municipal a desmantelarla.
La mesa en la que los vecinos pretendían dejar
material escolar usado para que lo utilizaran otros vecinos que no pueden
pagarlo, es un artefacto peligroso que un político de derechas no podía dejar
pasar. Y este no dejar pasar es literal, ni media hora duró en la calle la
peligrosa mesa de destrucción masiva. Ellos, pobres ingenuos, habían pedido
incluso su correspondiente permiso, pero les contestaron que el trueque
no está contemplado en las ordenanzas, naturalmente. Las ordenanzas contemplan
únicamente la posibilidad de actividades de compra-venta; las ordenanzas exigen
ánimo de lucro, pero ninguna actividad gratuita y solidaria; nada de eso en la
calle. Al ser preguntado el concejal José Antonio González de la Rosa por las
razones por las que envió a la policía a desmantelar la mesa con material
escolar gratuito respondió que no estaba demostrado que hubiera un interés
vecinal. Hay miedo a la organización social pero hay también un inmenso
clasismo que late debajo de todas las decisiones que toma el partido popular;
absoluto desinterés por las necesidades reales de la gente; desprecio de clase.
Habrá que explicarles a estos vecinos que si
quieren libros y no tienen con que comprarlos que vayan a la televisión, que
pongan las caritas llorosas de sus niños y niñas en unos carteles a ver si
alguien con dinero se conmueve, ¡que se esfuercen, vamos, que las cosas no
pueden ser gratis!